A principios de los setenta --junto a Jorge Aulicino, Daniel Freidemberg, Mirta Hortas, Marcelo Cohen, Jorge Asís y Rubén Reches, Irene Gruss formó parte del primer grupo de poetas que integró el taller Mario de Lellis.
Desde entonces han dicho que su poesía dialogó con el coloquialismo, que obedece a impulsos líricos que tensionan con un objetivismo lúcido y desolado, o que se vale de dichos vulgares para depositarnos en experiencias desesperantes de representación del mundo. Todo esto es cierto y a la vez insuficiente. La voz de Irene nos empuja como lectores hacia una autenticidad sin salida, en la que cada decisión formal, más allá de los dimes y diretes de las restricciones de época, se conjuga en función de una verdad para la que todavía no encontramos nombre.